Eco, conocido por obras como El nombre de la rosa y El péndulo de Foucault, afirmó también que “han cambiado las modalidades de la guerra.
“No resulta correcto hablar en un sentido general sobre ‘los musulmanes’, tal y como no cabe juzgar a la cristiandad entera sobre la base de los métodos utilizados por César Borgia” dijo el pensador italiano Umberto Eco durante una entrevista para el diario Corriere della Sera, ofrecida tras el ataque contra el semanario Charlie Hebdo que tuvo lugar el día de ayer en Francia y en el que perdieron la vida 12 personas a manos de fundamentalistas islámicos.
“Sin embargo podemos, ciertamente, hablar sobre el Estado Islámico (ISIS), que es una nueva forma de nazismo, con sus métodos de exterminio y su apocalíptico deseo de dominar el mundo”.
Eco, conocido por obras como El nombre de la rosa y El péndulo de Foucault, afirmó también que “han cambiado las modalidades de la guerra; hay una guerra en curso y nosotros estamos metidos hasta el cuello, como cuando yo era niño y vivía mis días bajo los bombardeos que podían arribar de un momento a otro sin que yo lo supiera”, comparando la angustia generada por el ataque de ayer con la incertidumbre que se vivía durante la Segunda Guerra Mundial en el norte de Italia, donde creció. “Con esta clase de terrorismo, la situación es idéntica a la que viví durante la guerra”.
También recordó que 30 años atrás escribió un artículo en torno a la migración de grandes masas, aquella que presenciaba (y sigue presenciando) el mundo entero. En ese texto advertía que un cambio global de tal magnitud no podía ocurrir en absoluta paz.
“La civilización occidental —tenga o no tenga la fuerza de sostenerse— enfrenta un proceso colosal de migración, igual que ocurrió hace siglos con la romanidad […] En aquel entonces escribí que, aunque encontremos un nuevo balance, mucha sangre podría ser derramada”.
El día de ayer, la revista Time publicó un artículo titulado “Cinco hechos que explican el ataque contra Charlie Hebdo”. En aquellas líneas, el medio proponía como uno de los detonantes de la violencia del fundamentalismo islámico contra el Estado y la ciudadanía francesa los rigurosos y altos requisitos exigidos a los extranjeros para aspirar a obtener la nacionalidad en aquel país.
Hoy existen más de 50 millones de personas que han sido desplazadas por conflictos armados en todo el mundo: el número más alto desde la Segunda Guerra Mundial. No es desconocido que, en condiciones así, tanto los países desarrollados (los destinos de los inmigrantes), como los países de los que ellos salieron, tienden a presentar movimientos extremistas y nacionalistas que terminan dañando a sus poblaciones.
En efecto, es mucho más probable que los hechos ocurridos en París o en Australia guarden una relación mayor con los fuertes cambios geopolíticos y con las invasiones recurrentes a Medio Oriente (emprendidas por países que, más tarde, no aceptan la inmigración proveniente de esos territorios), que con los principios del propio Islam.
En alguna ocasión, el filósofo Slavoj Žižek hizo notar que es en los lugares donde los procesos políticos internos son fuertemente intervenidos por otros externos (tales como las invasiones occidentales sobre Medio Oriente o el silencio forzoso impuesto sobre la izquierda marxista en Estados Unidos a mediados del siglo pasado) que suelen surgir movimientos extremistas que, más tarde, apenas pueden ser enfrentados.
Esto ocurrió en Estados Unidos, cuando los movimientos de izquierda fueron aniquilados por el gobierno federal en los estados sureños, donde después se registraría una de las formas más radicales de fundamentalismo cristiano del siglo XX. En Alemania, donde las duras sanciones por la Primera Guerra Mundial afectaron fuertemente a la población, fue también el lugar en que surgió el nazismo. Al Qaeda e ISIS son movimientos fundamentalistas y nacionalistas sunitas que pretenden tomar el poder en la misma región (Irak y Siria) que Estados Unidos y Rusia han intervenido constantemente por sus intereses militares y energéticos.
Bajo esta perspectiva, Eco tiene razón al afirmar que el Estado Islámico se asemeja mucho al nazismo: ambos son terribles consecuencias del intervencionismo que, evidentemente, ponen en gran peligro a la humanidad.
Recuerdo que en alguna ocasión, al preguntársele a una mujer sueca qué opinaba sobre el avance de la ultraderecha en el Congreso de su país —donde en conservadurismo nacionalista ha pasado de tener unos cuantos escaños a gozar una minoría significativa— contestó algo como esto: “Estoy en completo desacuerdo con sus ideas, pero me alegra que puedan tener voz y voto en el Congreso pues, de otra manera, tanto ellos, como sus enemigos más extremistas, se verían orillados a enfrentarse en las calles, incluso contra nosotros, en lugar de hacerlo en el parlamento. Entonces sí que tendría miedo”.
Por supuesto, ni el extremismo islámico, el fascismo o el comunismo estalinista son sostenibles ni justificables, pero resultaría ingenuo pensar que su origen radica en los propios ideales que sostienen, ya sea la universalidad del Islam, la supremacía de una raza o de la fidelidad obligada a un cierto partido. El empecinamiento con tales ideales es tan sólo un síntoma de una compleja red de fenómenos sociales, económicos y culturales que rodean su surgimiento.
Durante su entrevista, Eco señala que han sido las culturas monoteístas de un solo libro las que han librado guerras a nivel planetario, a excepción, quizá, de los romanos paganos que, con todo, las lucharon con intenciones económicas. Tiene razón, aunque deberíamos preguntarnos cuáles son los principios que los extremistas monoteístas han defendido y hacer el experimento de rastrearlos no en un libro sagrado o en un credo particular, sino en las condiciones, mucho más profundas y complejas, que han producido las lecturas fundamentalistas de tales preceptos.
Basta recordar que la mayoría de los ganadores del premio Nobel de la Paz durante los últimos años son musulmanes para hacer notar que el Islam no es, en definitiva, el problema. Reflexionar sobre esto es urgente, a la luz de los ataques que, ya desde hoy, se han registrado en Europa en contra de mezquitas.
Llama verdaderamente la atención que la guerra haya sido declarada en contra de la fe musulmana y no en contra del fundamentalismo de cualquier naturaleza. Tan equivocada y desentendida es esta actitud como la que sostiene el propio Estado Islámico