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Santos, un obsesionado por la paz

A lo largo de su vida, la paz ha sido una constante preocupación para el mandatario de los colombianos.

Santos, un obsesionado por la paz

Para Juan Manuel Santos, galardonado con el Premio Nobel de Paz, ésta ha sido un motor a lo largo de su vida.

Todo empezó en casa.

Cuando su abuelo, Calibán, y su padre, Enrique Santos Castillo, editor del periódico El Tiempo, le contaban de esos años de la Violencia con mayúscula, de esas décadas de sangre que le siguieron a la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, a la sublevación de las guerrillas liberales, a las matanzas entre liberales y conservadores radicales.

Su padre le contaba cómo había participado, entre telones, en la desmovilización del temible Guadalupe Salcedo y de los hermanos Bautista. Y hasta un día vio a Salcedo en la casa de su abuelo.

Años después, con su familia, recuerda cómo iban a una finca de su tío y padrino cerca a Ambalema (Tolima) acompañados por el ejército por los rezagos de la violencia.

Estaba en el territorio de los bandoleros Sangrenegra, Desquite y Tarzán y era necesario estar atento. Aún se sentía el fantasma del peligro de los guerrilleros desprendido del armisticio de las guerrillas liberales de los Llanos.

Quizá no lo sabía en ese entonces en el que se impresionó tanto, pero esas charlas en la casa de la familia, esa impresión de ver la cara de la guerra de primera mano, encenderían una llama en su corazón.

Una búsqueda incesante por encontrar la paz del país y que se dedicaría a cultivar por décadas, tomando los caminos necesarios para alcanzarla.

Vio, también, la cara de la pobreza cuando fue delegado cafetero en Europa y tuvo la oportunidad de descubrir en los países africanos los estragos de la violencia y las guerras y sus consecuentes efectos en el rezago de la población.

Pero el momento determinante fue 1987.

Fue en una clase del profesor Roger Fisher en Harvard. Trataba de negociación de procesos de paz.

Ya en el 84, había tenido la oportunidad de estrechar la mano de Jimmy Carter, artífice de los acuerdos de Camp David sobre el conflicto árabe israelí.

Fue en ese instante que sintió que la violencia que padecía Colombia y esa década terrible de los años 80, debía tomar otro camino, el del diálogo. Había que seguir esa primera iniciativa del presidente Belisario Betancur de sentarse a negociar con las FARC.

Durante esa década había seguido como legado familiar el oficio de periodista en el periódico El Tiempo, pero durante el gobierno de César Gaviria, recibió la invitación para ser su ministro de Comercio.

Entendió, y decidió, que sería desde el escenario político donde podría contribuir a esa causa que le empezaba a marcar la pauta de su vida: la paz.

En esa cartera, que abrió el país al mundo, estrechó lazos y realizó convenios que permitieron que el país empezara a salir del estancamiento de unos años de violencia insoportable.

Con cada relación que se construía con otros países intentaba romper la imagen de Colombia como un país inviable, en el que estallaban bombas y secuestraban a ciudadanos indefensos.

Al salir de ese cargo, construyó el andamiaje de su gran sueño: la Fundación Buen Gobierno.

Allí se dedicaría a pensar cómo hacer de Colombia un país más incluyente y progresista.

De hecho, durante el gobierno Samper, Juan Manuel Santos, junto con miembros de la Iglesia, sindicatos, empresarios como Nicanor Restrepo y otras personas como Álvaro Leyva o Angelino Garzón, incansables buscadores de la paz, realizaron una serie de reuniones que fue tildada de “conspiración”, pues el país atravesaba por una crisis de gobernabilidad.

Sin embargo, si había algo en ese encuentro era una voluntad profunda por alcanzar la paz.

Voluntad que siguió creciendo y se materializó en uno de los eventos que más relevancia ha tenido en el país en la búsqueda de la paz: la cumbre de paz en la Abadía de Monserrat, en Bogotá, con un invitado clave: Adam Kahane, un hombre que había cumplido un papel fundamental en alcanzar la paz en Suráfrica y con quien el propio Nelson Mandela le había recomendado hablar.

Con Kahane y junto con una cantidad de participantes que representaban a todos, absolutamente todos, los sectores de la sociedad –hasta Víctor Carranza llegó y Raúl Reyes apareció vía telefónica- se sentaron a pensar en una salida dialogada en el país y que se materializaría en el documento Destino Colombia.

Su objetivo era contribuir a reestablecer las relaciones perfectamente deterioradas del Gobierno con los grupos armados ilegales.

Allí, se imaginaron cuatro escenarios posibles para el futuro del país en los próximos 16 año, de 1997 a 2013.

El primer escenario, ‘Amanecerá y veremos’, invitaba a pensar en lo que ocurriría si, en vez de hacer una intervención puntual, se dejaba que los problemas del país se resolvieran por sí solos, lo que llevaba a una pérdida de autoridad del Estado, al recrudecimiento de la violencia y al incremento de las condiciones de pobreza, entre otros.

El segundo escenario, ‘Más vale pájaro en mano’, aludía a las concesiones ofrecidas a los grupos armados con tal de iniciar un proceso inmediato de reconstrucción de la democracia y de frenar el ciclo ascendente de violencia y muerte.

El tercer escenario se llamaba ‘Todos a marchar’.

Aquí el liderazgo político acogía la demanda popular para restaurar la seguridad y asumía un mandato que se caracterizaba por la firmeza contra los violentos.

Finalmente, el cuarto escenario, ‘La unión hace la fuerza’, buscaba un empoderamiento de la sociedad civil para la resolución de conflictos. Vemos cómo esa hoja de ruta de país trazada sería la que exactamente se llevaría a cabo y en la cual Juan Manuel Santos tomó parte activa.

Aborda la desesperanza que produjo el proceso del Caguán –de hecho, en esos años se reunió, allí en Caquetá con “Raúl Reyes” y en el Sinú con Carlos Castaño, las dos cabezas de la violencia que arrasaba con el país, para ver qué salida dialogada podía existir entre ambos y se ofreció a ser mediador–, sigue con el fortalecimiento de la Fuerza Pública y la decidida apuesta de Estados Unidos por apoyar al país, dando como resultado un arrinconamiento militar a la guerrilla y el paso de Juan Manuel Santos por el Ministerio de Defensa.

Allí lideró el cambio de estrategia que permitió concentrar los esfuerzos en los líderes guerrilleros y fortalecer la inteligencia que llevó a darle los golpes más duros a las FARC y a la famosa Operación Jaque que culminó con la liberación, sin disparar un solo tiro, de 15 secuestrados por las FARC.

Este recorrido de vida, culmina con un mandato popular por la paz, la equidad y la educación, como pilares de un Nuevo País.

El Nobel de Paz recoge una trayectoria, un incansable interés de Juan Manuel Santos por perseguir la paz de Colombia.

En los años 90, optimista como lo ha sido siempre, dijo que la paz estaba de un cacho, pero la guerra se impuso llenando el país de víctimas. Hoy, de nuevo lo ha dicho, la paz está más cerca que nunca. Y sí, a Colombia le llegó la hora de la paz.