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Pantallas: el riesgo oculto para la salud emocional

Expertos alertan en Bogotá que la hiperconexión tecnológica daña vínculos y aumenta ansiedad y depresión en niños y jóvenes.

Pantallas: el riesgo oculto para la salud emocional

El uso excesivo de pantallas está impactando la salud emocional de la infancia y adolescencia, según advirtieron especialistas en el III Congreso Internacional de la Red Internacional de Educación Emocional y Bienestar (RIEEB), organizado por la Universidad del Rosario y Colsubsidio en Bogotá. La conclusión es clara: la hiperconexión tecnológica limita los vínculos humanos y eleva los índices de ansiedad, depresión y violencia.

Los psicólogos Rafa Guerrero y Juana Morales, la filósofa Ana Rita Russo y el sociólogo Gabriel Velázquez coincidieron en que la primera infancia es la etapa más crítica. En ella, el contacto visual, el juego y la convivencia familiar resultan irremplazables para el desarrollo afectivo. Sin embargo, los niños de 0 a 8 años pasan en promedio 2 horas y 40 minutos frente a pantallas, según cifras de la OMS y UNICEF.

Guerrero recalcó que “no somos nativos digitales, sino nativos vinculantes”, subrayando que la necesidad de apego y protección es innata y no puede sustituirse por tecnología. Morales advirtió que la pasividad de los padres frente a este problema está generando consecuencias emocionales que se reflejan en la adultez.

Para Russo, la educación emocional es la herramienta clave: no implica prohibir dispositivos, sino ofrecer alternativas que refuercen el vínculo humano desde la familia, los colegios y las políticas públicas. Velázquez añadió que las emociones deben ser parte central de la formación escolar, al igual que las competencias académicas.

El congreso coincidió con la entrada en vigor de la Ley 2491 de 2025, que incorpora la educación emocional en los Proyectos Educativos Institucionales (PEI) para promover salud mental, prevenir violencias y fortalecer la convivencia. Rafael Bisquerra, presidente de la RIEEB, afirmó que la violencia juvenil es reflejo del “analfabetismo emocional” y que la regulación de la ira es vital para prevenirla.