Raúl Eduardo Rico Vergel, patrullero de la Policía Nacional, es el canciller de los conflictos entre las comunidades indígenas en el Meta.
En los últimos cinco años, cada vez que se presenta algún inconveniente entre indígenas Sikuani y Cubeo llaman al patrullero Raúl Eduardo Rico Vergel, más conocido como ‘El Conciliador del Meta’.
Su profesionalismo, su don de gente y su capacidad para encontrar fórmulas salomónicas han convertido a este hijo de Villavicencio en el policía ejemplar para estas comunidades asentadas en el municipio de Puerto Gaitán, Meta.
Si hay una disputa económica, un mal entendido, una pelea o un problema de servidumbres, hasta allí llega este técnico en Derechos Humanos y en Derecho Internacional Humanitario para sentar a las partes, discutir los problemas y hallar soluciones que siempre terminan en un abrazo de fraternidad y convivencia.
Una o dos veces al mes, visita a los Sikuani y Cubeo para oír sus necesidades, y cuando puede les lleva elementos y alimentos que gestiona con los comerciantes de diferentes municipios.
Su entrega a la comunidad le permitió el año pasado ser destacado en la Noche de la Excelencia Policial, organizada por la Dirección de Talento Humano de la Policía.
Estuvo entre los tres mejores en la categoría ‘Dignidad’, que destaca una trayectoria institucional intachable y extraordinaria y lo considera un referente y modelo a seguir.
Además, en julio de 2016, en el 56 aniversario del Meta, fue condecorado la señora Gobernadora del Meta como uno de los ilustres ciudadanos del departamento por su valiente labor, en la que incluso resultó herido durante una protesta de indígenas de Puerto Gaitán.
Además de apaciguar los ánimos belicosos entre algunos integrantes de estos dos pueblos aborígenes, también saca tiempo para fomentar en niños, niñas, adolescentes y jóvenes el sano esparcimiento y el amor por el deporte y el estudio, como fórmulas para protegerlos del maltrato y alejarlos de peligros, como las droga y el reclutamiento forzado por parte de grupos ilegales.
Como valor agregado a su vida profesional, el patrullero Rico es un ejemplar esposo y padre. Piensa que el mejor legado que puede dejarle a Valeria, su amada hija, es una sociedad que sea capaz de autorregularse y resolver las diferencias por las vías del diálogo y la tolerancia, una comunidad que en la paz permite que descansen sus diferencias.
Esta es, la historia de vida de un uniformado que lleva 10 años sirviendo a la comunidad y que está dispuesto a continuar, el tiempo que sea necesario, cumpliendo su labor de gran conciliador, para que prevalezcan la tolerancia, la armonía y la tranquilidad entre las etnias y sus familias, esto, obviamente, motivado por su inmenso e incondicional sentido de vocación.