Ser promovido implica pasar de ejecutar tareas a guiar equipos, con nuevos desafíos emocionales, estratégicos y relacionales.
Asumir un ascenso no solo significa un reconocimiento profesional, sino también enfrentarse a la compleja transición de colaborador a líder. Según José Luis Rodríguez, director del Máster en Gestión de Personas de EAE Business School, este cambio exige replantear la forma de pensar, actuar y relacionarse con el equipo.
El paso de colega a jefe trae consigo tensiones, reajustes de vínculos y expectativas encontradas tanto de superiores como de subordinados. El liderazgo demanda habilidades distintas: comunicación efectiva, gestión emocional, capacidad de delegar y, sobre todo, confianza en los demás.
Uno de los mayores errores de los nuevos líderes es querer controlarlo todo. Rodríguez advierte que liderar no consiste en hacerlo todo uno mismo, sino en facilitar el crecimiento de otros. Reconocer logros, visibilizar el esfuerzo colectivo y mantener cercanía son claves para construir credibilidad.
La carga emocional también pesa más. La presión por no fallar, la ansiedad y la dificultad para desconectar son desafíos frecuentes en esta etapa. Establecer límites, cuidar la salud mental y apoyarse en mentores son prácticas recomendadas para evitar el desgaste.
El experto enfatiza que liderar no es buscar agradar a todos, sino tomar decisiones con firmeza y claridad. Tratar de evitar conflictos debilita la autoridad y puede generar desconfianza en el equipo.
Finalmente, el liderazgo auténtico no se copia ni se improvisa: se construye con formación continua, autoconfianza y un estilo propio que aporte valor a la organización. Así, ascender deja de ser un fin y se convierte en el inicio de un camino más exigente, pero también más transformador.