El nuevo brote en América evidencia brechas de vacunación, rezagos del COVID-19 y riesgo de saturación sanitaria.
Latinoamérica enfrenta un repunte preocupante de sarampión. Entre enero y abril de 2025, se han confirmado 2.325 casos en la región, un aumento de más del 1.000 % respecto al mismo periodo del año anterior. La mayoría de los afectados son niños, adolescentes y adultos jóvenes sin esquemas de vacunación completos o sin información sobre su inmunización.
El resurgimiento de esta enfermedad, prevenible con dos dosis de vacuna, ha encendido las alertas sanitarias. Según el Dr. Raimundo Seguí López-Peñalver, coordinador de la Maestría en Epidemiología y Salud Pública de la Universidad Internacional de Valencia (VIU), este brote revela fallas estructurales en la inmunidad colectiva. Asegura que para evitar epidemias, al menos el 95 % de la población debe estar vacunada.
La pandemia de COVID-19 dejó secuelas profundas. Programas de vacunación rutinarios se interrumpieron, disminuyó la percepción de riesgo, se multiplicó la desinformación y aumentaron las barreras sociales y geográficas para acceder a la inmunización. Además, los flujos migratorios desde regiones con baja cobertura han favorecido la reintroducción del virus.
Lejos de ser un sarpullido pasajero, el sarampión puede derivar en complicaciones graves como neumonía, encefalitis, ceguera o muerte, especialmente en menores no vacunados, personas inmunosuprimidas o con desnutrición. Los brotes, además, sobrecargan los sistemas de salud, desvían recursos y generan efectos sociales y económicos colaterales.
El especialista insiste en que la vacunación masiva es la única herramienta eficaz contra esta enfermedad altamente contagiosa. Reforzar campañas, garantizar equidad en el acceso y fortalecer la vigilancia epidemiológica son pasos clave para frenar el brote y evitar consecuencias mayores.