Cada Lunes Santo se revive un episodio que marcó la historia de Jesús y reveló su indignación frente al abuso y la corrupción.
El Lunes Santo, celebrado después del Domingo de Ramos, recuerda un episodio clave narrado en los Evangelios: la expulsión de los mercaderes del templo por parte de Jesús. Este hecho, relatado en Mateo, Marcos, Lucas y Juan, retrata un momento de profunda confrontación contra la comercialización dentro de un espacio sagrado. La escena evidencia el rechazo de Jesús a la corrupción de la fe y su firme postura frente a las injusticias.
Según los Evangelios sinópticos, el evento ocurrió tras la entrada triunfal a Jerusalén. San Juan, sin embargo, lo ubica antes, coincidiendo con los días previos a la Pascua judía. En su versión, Jesús usa un látigo para expulsar a los vendedores de animales y a los cambistas que ocupaban el patio del Templo de Herodes. Con voz firme, denuncia que habían convertido “la casa de su Padre” en una “guarida de ladrones”.
La liturgia católica de este día también recuerda el pasaje de la visita de Jesús a Betania, donde comparte una cena con Lázaro, Marta y María. En un gesto de devoción, María unge los pies de Jesús con perfume y los seca con sus cabellos, anticipando simbólicamente su sepultura. Este gesto, criticado por Judas Iscariote, es defendido por Jesús, quien revela su sentido espiritual y profético.
El Lunes Santo no solo evoca un momento de ira santa, sino también una expresión de amor, entrega y anticipación al sacrificio. A través de estos relatos, la Iglesia invita a los fieles a examinar su fe y a reflexionar sobre el verdadero sentido de la devoción, lejos de lo material y enfocado en lo espiritual.
Durante esta jornada, los creyentes elevan oraciones de humildad, reconociendo sus errores y pidiendo fuerza para vencer las tentaciones. Como María de Betania, muchos se acercan a Jesús para ofrecerle lo mejor de sí mismos, no en riquezas, sino en actos de amor, servicio y arrepentimiento.
Tomado de El Tiempo